jueves, 9 de octubre de 2008

Reclamando a la memoria

Parece mentira
que haya llegado a tener
la culpa de todo lo que ocurre
en el mundo; pero es así. Han tratado
de disuadirme psicólogos y sociólogos de mi tiempo,
me han dado razones de peso técnico largamente
formuladas y parcialmente ciertas. Pero
yo sé que soy culpable de los dolores
que aquí siento y recorren el mundo; de las soledades
que lo van vaciando. (Paco Urondo)


El hombre arrastraba su culpa como una enorme bolsa de basura, pesada y maloliente. Con paso cansino, transitaba las calles de una ciudad desconocida, totalmente nueva para él. En ese instante,
pensó en arrancar la cruz que delataba su identidad pero comprendió que sería inútil ya que el mensaje estaba dirigido a la red y a nadie más le importaba su existencia. Pero, ¿por qué El Pampero había decidido matarlo así? ¿Por qué no lo habían liquidado de verdad como hacían los ingleses que empujaban a los suyos bajo las ruedas del subte, o los alemanes que aparecían flotando en el Sena después de una noche de juerga? ¿Lo consideraban tan insignificante que ni siquiera merecía que le dispararan una bala en la nuca? Acomodó la corona y se dijo que lo mejor sería esconderse en alguna parte y esperar nuevas instrucciones. Después de todo, el Jefe le había dicho que él sería el ojo de la patria en las puertas del infierno.(Osvaldo Soriano)

En ese mismo momento, en otra parte de la ciudad, una oscura celda protege los susurros de dos mujeres de oídos indiscretos.

—Mejor hablá cuanto antes, no dejés que te destruyan. A mí al principio me hicieron pedazos, ¿y para qué sirvió? Unos dientes menos, eso es todo lo que me queda de tanto heroísmo. Un día no aguanté más y canté todo lo que sabía. Les sirvió, eso es lo bueno, no sé si sabés que yo tenía las claves para las citas. Y bueno, les sirvió, creo que cayeron como moscas, ¿y qué?, igual van a caer. Los que tengan que caer van a caer porque si no cantás vos va a cantar otro, esa es toda la filosofía. Sólo los de arriba saben cómo escaparse, yo sé por qué te lo digo, a mí me cuentan ciertas cosas. Pero los de arriba se están salvando solos, ni se acuerdan de minas como yo. Mejor colaborar con estos, no son mala gente, hay que conocerlos, como a todo el mundo (Liliana Heker)

El hombre que no se consideraba mala gente, abrió la puerta del auto, subió y se dejó conducir por los otros tres en un tránsito hacia lo desconocido. Pero no le importó.
Era el juego de siempre.



El peugeot negro dejó el asfalto, cruzó delante de los surtidores de nafta y fue a detenerse bajo la sombra de un árbol. Los cuatro hombres bajaron, entraron en el bar y pidieron cerveza. —Salud —dijo uno. —Salud —contestó otro. —Para que mañana sea un buen día —dijo el tercero. —Para que podamos volver a casa —agregó el cuarto. —¿Cuál casa? —La de uno. —Dicen que la casa de uno está ubicada exactamente ahí donde nace el arco iris. —No debe de ser fácil llegar a ese lugar. —Seguro que no. Pagaron, salieron y retomaron la ruta (Antonio Dal Masetto)

Aún no lo sabían, pero esa ruta no los conduciría a ninguna parte. La esperanza de encontrarse con Sara se reflejaba en el rostro del cuarto hombre. Esa mujer era el arcoiris en movimiento. Lo esperaba impaciente, intentando que el tiempo transcurriera en banalidades que la distraían. Eso le contaba en algunas cartas al azar que le llegaban. Sabía de la existencia de una amiga con la que pasaba largas horas tomando mate y discurriendo sobre la vida.

Sara, ¿qué es para vos una campera? Qué sentido tiene esa pregunta. No trae nada nuevo. Al menos a mí no me aporta nada. Ni siquiera el intento de la búsqueda de una respuesta. Yo no te acoso con exigencias esotéricas. Y ésta que te voy a hacer sí es una pregunta para la que sería saludable darse alguna respuesta: ¿qué te pasa a vos, eh? Y las derivaciones pertinentes: por qué te dedicás a recrearte con las disquisiciones que me provocás, por qué me provocás disquisiciones, por qué no te ponés a hacer algo útil, por qué no dejás mi mente en paz y te vas a tu casa a dormir. Por qué, cuando estás aburrida, lo único que se te ocurre es me voy a charlar con Sara. Mejor dicho, a hacer hablar a Sara. Porque vos, calladita. Yo debiera haber elegido otro oficio. En el mundo del espectáculo, por ejemplo. Esto de ser exiliada politica y como agravante escritora, no sé, no parece que ayude. Con el agregado de amigas como vos, que en vez de apoyar la recuperación integral de la gente contribuyen notablemente al desequilibrio. Como si vos no fueras ex-presa y exiliada. Como si no supieras qué jode y qué ayuda. Y encima, de pronto con ese pelo. ¿Me podrías explicar por qué caoba?
Claro, tenías que revolear los ojos. Si no te gusta escuchar la verdad, entonces no sé qué andás buscando. Y no sólo el pelo. Porque ahora que te sentís pelirroja, resulta que también tenés que pintarte los ojos de verde. No vaya a ser que falte el contraste. Casi te diría que no lo puedo creer. Pero bueno, parece que la vida viene bien acompañada. Trae todo tipo de recursos contra el aburrimiento. Incluyendo ciertos grados de esquizofrenia. (Alicia Kozameh)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosos los fragmentos seleccionados...invitan a escurrirse por algunas de sus hendiduras... Mildred

Guillermo dijo...

No se calla a pesar del miedo, es como que el hablar le facilitara el estar todavía mirando el aire tibio, agrisado y aún oscurecido por el humo que viene del fondo de la calle, donde arden las cubiertas que arrojaron y mojaron con gasoil, es un humo negro asfixiante. La calle está vacía y una leve brisa apenas nos deja respirar. Murmura su letanía, urgido por quién sabe qué rumores que le trepan por los tobillos.

Tus palabras llegan y soplan el contorno como luces que iluminan, como el viento que disipa el humo negro de las cubiertas que se queman en las esquinas en días de lucha y nos da el aire para respirar, como el viento que se cuela entre los gases de una represión que se viste de formas y formas. Así te pienso en mi vida, como resplandor en los ojos ciegos, anunciando el vuelo de una lágrima absoluta que llama y llama.
El grueso calzado mirado desde el dolor no tiene forma de abrigo, el agua turbulenta y agitada que ahoga, las vías que atrapan, atoran y atropellan, los cuerpos que vencen a través de sus esquivos gestos y miradas negadoras, los cuerpos vencidos en el claro día en que se duerme y despierta, la envolvedora noche que cuida y asfixia, que espanta y protege.
Todo es al revés y este cielo invertido es el territorio de mis pasos. Pasos que no suenan, pasos que en sigilo absorben la distancia y callan y son callados, al revés de los pasos que truenan y asolan.
El miedo lo protege, la soledad lo abruma, lo cuida de peores compañías. Mira el cielo y ve la mancha de los sueños con cerrojos. Adentro suyo una voz le pregunta dónde está, pero aprieta la garganta y las palabras mueren antes de sonar.

Esforzado te vi, esforzado por vivir.

Sigue la letanía y es tan grande la perpetuidad en la que vive, en la que muere, sin callar.

Guillermo dijo...

"...Todo sucede. La vida es más o menos un barco bonito. ¿De qué sirve sujetarlo? Va y va. ¿Por qué digo esto? Porque lo mejor de la vida se gasta en seguridades. En puertos, abrigos y fuertes amarras. Es un puro suceso, eso digo. ¿Eh, señor Mascaró? Por lo tanto conviene pasarla en celebraciones, livianito. Todo es una celebración..."
Haroldo Conti - De "Mascaró, el cazador americano", Editorial Emece, 1975